Los aspirantes presidenciales, al menos los más visibles, tienen un serio problema: quieren ser candidatos de una sociedad que no han logrado representar. Hasta hoy, están colocados en una posición en la que contradicen, al menos en aspectos esenciales, a la sociedad democrática cuyos votos se proponen demandar. Hay cuatro personajes que andan en la brega; tres de ellos, Teodoro Petkoff, Julio Borges y William Ojeda, se opusieron de manera sostenida a la posición abstencionista que se impuso el 4 de diciembre pasado; mientras que Roberto Smith le ha anunciado al país que él no es de la oposición y parece no tenerle miedo a lo estrafalario con sus ofertas. Estos precandidatos tienen un problema serio que resolver si es que insisten ellos o sus partidarios en la empresa presidencial.

¿CANDIDATOS A QUE? Si Venezuela fuera una sociedad democrática normal, los aspirantes a Miraflores se ofrecerían con sus ambiciones y sus méritos a la puja en sus partidos y luego entre los electores, y sería la dinámica de esa confrontación la que diría cuál de ellos habría de perfilarse como el vencedor. En términos programáticos las diferencias podrían contar (unos ofrecerían unas cosas, y otros, otras); sin embargo, cualesquiera de ellos que triunfara no entorpecería el funcionamiento cotidiano del sistema democrático.

En las condiciones de la autocracia imperante, no bastan las características personales de los candidatos, que suelen ser personas que tienen méritos o que, al menos, ellos piensan que los tienen. Tienen que ser ciudadanos(as) que encarnen la lucha titánica de la sociedad democrática; que no sólo planteen las habituales promesas, sino que personifiquen el combate que desde hace varios años desarrollan los demócratas venezolanos, al menos en una mayoría significativa.

En realidad no se requiere tanto tener candidatos como disponer de símbolos de lucha. En caso de haber condiciones para participar, se convertirían en candidatos de verdad; pero, en caso de no existir esas condiciones, serían personas escogidas para ejercer una función dirigente y emblemática de mucha trascendencia, que requiere que tengan y mantengan sintonía con la sociedad que se proponen representar.

Son más que candidatos a la Presidencia de la República (contingencia altamente improbable dadas las condiciones actuales, aunque no imposible) figuras destinadas a cumplir una función política, intelectual, organizativa y espiritual. Sus credenciales personales son indispensables, pero su comunión con la sociedad es tan necesaria como su probidad, capacidad y formación.

CANDIDATOS CUIDADOSOS. Los aspirantes presidenciales en cualquier sociedad desean colocarse en el centro del arco político. En ese momento es cuando se producen algunos de los más conmovedores lugares comunes: “no somos ni de un extremo ni de otro”, “criticamos a los de un lado y de otro”, “los de aquí y los de allá tienen razones”, y todas esas pamplinas destinadas a no dañar posibles electores. El centro político suele ser amplio, alejado de los extremos.

En una situación como la de Venezuela, el centro tiende a disolverse, como lo explica el excelente artículo de Javier Corrales (Hugo Boss, revista Foreign Policy, 2006). La acción radical del Gobierno y la inevitable respuesta radical de la disidencia hacen del centro político un espacio reducido.

En este contexto, la apelación a unos Ni-Ni imaginarios es falaz. El que no estén de acuerdo con el Gobierno y con los partidos de la oposición no los coloca en la indefinición, en la equidistancia o en la neutralidad, sino que los coloca en un extremo en el que rechazan radicalmente (sí, radicalmente) al Gobierno y a muchos de los partidos o representantes de la oposición. Y se oponen a éstos por no haber sabido, podido o querido responder a la pregunta de cómo sacar a Chávez del poder, son los que no se arrepienten de haber dicho y redicho “¡Chávez, vete ya!”. Además, con unas ganas inmensas de volverlo a decir sin que los jefes políticos, con su inútil sabiduría, los censuren.

Los que creen que se tienen que ganar al reducido centro político como su tarea principal, considerando que ya tienen en el buche a los radicales, se equivocan con estruendo y sin pena. El 4 de diciembre de 2005 se mostró que el radicalismo (que no es sinónimo de violencia) se impuso, logró crear, para el Gobierno y para los partidos, un impensable cataclismo político. Esa inmensa masa ciudadana que se abstuvo de forma madura y consciente no puede ser incluida en la contabilidad de nadie, y quien aspire a representarla electoralmente, primero tiene que representarla en la lucha por condiciones electorales decentes. Si éstas no se dan en forma clara, ya se demostró que la prédica participacionista, incluida la de los actuales aspirantes a candidatos presidenciales, no será escuchada como ya no lo fue.

En una democracia normal los candidatos buscan el centro para llegarle a los radicales; en una situación como la venezolana, llegarle a los radicales puede ser una condición para llegarle al centro.

CONDICIONES PARA LA UNIDAD. La unidad será un requisito exigido por los ciudadanos democráticos para participar en unas elecciones, si se llegaran a conquistar las condiciones necesarias. Si se obvia la consecución de éstas, la abstención será más sonora aun que el 4 de diciembre pasado, y quedarán unos egos solitarios quejándose de los abstencionistas. La lucha por las condiciones para unas elecciones limpias y libres sigue siendo la principal tarea de la disidencia democrática para el año en curso.

Las elecciones primarias, a las cuales hasta la fecha sólo Borges parece dispuesto, se constituyen en un mecanismo para la selección de candidatos, y también para lograr que los aspirantes que se mantienen alejados del sentimiento dominante en la ciudadanía democrática, puedan articularse con éste y representarlo.

La idea de una Mesa Redonda convocada por personas que no estén alineadas, ni abierta ni solapadamente, con aspiraciones existentes, puede ser un instrumento para acordar las condiciones precisas para participar en el evento electoral de diciembre y los mecanismos para la realización de las elecciones primarias.

EL ORDEN DE LOS FACTORES. Tal vez no sea inútil una clara confirmación de los precandidatos en relación con su disposición a concurrir a elecciones sólo si las condiciones acordadas de manera común se cumplen. Tampoco sería superflua una aceptación transparente de las elecciones primarias como mecanismo de escogencia de los candidatos. Sin embargo, lo más importante es colocar las cuestiones en el orden en que tienen sentido político; la lucha por condiciones para unas elecciones confiables (CNE, Registro Electoral, automatización, etcétera) tiene prioridad frente al tema de las candidaturas; de lo contrario, el sentimiento abstencionista seguirá inconmovible y la discusión de candidaturas para las elecciones de diciembre se convertirá en una necedad.

Distinguido(a) precandidato(a), con todo respeto, ¿está dispuesto(a) a concurrir a unas elecciones primarias? ¿Sí o no?

Por Carlos Blanco
[email protected]
El Universal