Foto: Morelia Morillo

Octubre 03, 2016.- La senadora por el estado brasileño de Roraima, Ángela Portela, visitó el lugar y se comprometió a elaborar un documento con la situación de los migrantes venezolanos para enviárselo al presidente Nicolás Maduro, afirmó un comerciante brasileño de la zona

Simón, aunque en realidad su nombre es otro, aceptó conversar siempre y cuando se preservara su identidad y se excluyeran a las personas de las fotografías. “Es que mi mamá piensa que yo estoy residenciado y que estoy muy bien”, argumentó. El joven cruzó la frontera venezolana hacia Brasil con un morral en el que llevaba algo de ropa y 48 kilos de peso sobre al menos 1,70 centímetros de estatura.

Muestra una fotocopia plastificada de la cédula de identidad que sacó justo antes de salir de su pueblo en el estado Yaracuy, en el centro occidente de Venezuela: mejillas hundidas; frente, pómulos y barbilla salientes; un rostro moreno fino pegado a los huesos.

“Si en Venezuela hubiera trabajo y comida, ninguno de nosotros estuviera aquí. Todos queremos lo mismo: que Venezuela mejore para devolvernos a nuestras casas”, asegura.

Él es uno de los 21 hombres venezolanos que, desde hace tres meses, viven bajo el alero lateral del galpón en donde antes se vendía artesanía, souvenirs, hamacas, jarrones, alfombras y en donde, ahora, se venden -al mayor- arroz, azúcar, aceite, harina de trigo, pasta, justo en el cruce de la calle Parima hacia la Br 174 en Villa Pacaraima, Brasil; aquel, cuya fachada con las banderas de Venezuela y Brasil, sirvió de escenario a miles de turistas.

Pacaraima es la primera localidad brasileña desde el punto limítrofe de Venezuela. Santa Elena de Uairén, la última ciudad venezolana en esta frontera, se encuentra a 15 kilómetros. Entre Santa Elena y el pueblo de Yaracuy, desde donde partió Simón, hay 1.600 kilómetros de distancia.

“Aquí cada quien tiene su historia”, advierte. Uno o varios son de Maracaibo, de Barquisimeto, de Maracay, de Caracas, de Guarenas, de Sucre, de Maturín, de Ciudad Bolívar, de San Félix. Pero todos llegaron “pateando la latica”, sin dinero, con hambre y sin chance para alquilar. “Hay personas con mejor situación que pueden pagar varios meses por adelantado”. Al mes, una habitación puede costar 250 reales, que equivalen a 87.500 bolívares.

“Llegó uno primero, uno fue trayendo al hermano, después la familia. Agora moram como duas familias”, comenta Irón Martines, uno de los socios del comercial.

Foto: Morelia Morillo
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Su presencia callejera repugnaba

Hace tres meses, cuando comenzó el campamento improvisado en la esquina del MeuGaroto.com, su presencia descamisada y sudorosa, el fogón al aire libre, las hamacas colgando de la reja del local, los cartones y colchones en el piso, los morrales y bolsas de equipaje y el ropero lavado expuesto al aire y al sol causaban asombro e, incluso, repugnancia.

Ahora, solo los foráneos se sorprenden mientras los 21 venezolanos apenas despegan sus mirada de sus quehaceres diarios, de la cocina, de la ponchera que sirve de lavandero, del tendedero, de las pacas que bajan de un camión brasileño o suben a otro venezolano. Quien hace poco, gana al menos Bs. 7 mil al día, mientras los más activos llegan a Bs. 20 mil diariamente.

Se bañan, lavan y hacen sus necesidades en el Terminal de Pasajeros, a una cuadra de distancia, en el bosque o en algunos de los riachuelos cercanos. De la estación de autobuses y carros por puesto ya sacaron a otro grupo de venezolanos, la mayoría de ellos indígenas warao. Al menos 100 fueron devueltos a Venezuela en agosto pasado.

“Todo el tiempo meten miedo; que nos van a sacar”, dice Simón. Al frente está la estación de la Policía Civil y, a menos de una cuadra, la sede fronteriza del Ejército Brasileño. A 50 metros está además el templo de la Asamblea de Dios. Al menos en este extremo, los brasileños son profundamente religiosos. “Aquí todos creen en Dios, será por eso que son tan bendecidos”, reflexiona Simón.

Foto: Morelia Morillo
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Venezolanos en la calle

Irón admite que algunos de los cientos de venezolanos que ahora viven o deambulan por Pacaraima han incurrido en robos. Simón calcula que en la Rua Suapí, la calle comercial, duermen al menos 500 venezolanos en los bancos, en las aceras, en los portones de los negocios.

Pero, para Irón Martines los 21 venezolanos del campamento improvisado son “gente boa”, buenas personas, que no beben alcohol y solo fuman cigarrillos. Por si se exceden, en el muro del depósito hay dos hojas de papel bond con los mensajes “Prohibido fumar cigarro”, “Espacio libre de humo”.

“Eu paso o dia todo brigando com eles como um padre fala com seus filhos”, cuenta el comerciante, que conversa con ellos durante todo el día “como un padre lo hace con sus hijos”, pero además los ayuda con la comida y con algo de combustible para encender el fogón o la cocina.

Él comprende, se compadece, considera que el Gobierno venezolano “los abandonó” y relató que la senadora por Roraima, Ángela Portela, visitó el lugar y se comprometió a elaborar un documento reflejando la situación de los migrantes venezolanos en la frontera brasileña con la finalidad de enviárselo al presidente Nicolás Maduro.

Pero no todos los pacaraimenses son tan comprensivos. Otros se sienten invadidos, vulnerados, reclaman por su seguridad y por las condiciones de higiene en las que se encuentran los espacios públicos.

A mediados de septiembre el diario Folha de Boa Vista reseñó la situación. En la nota, la Prefectura de Pacaraima manifestaba que no dispone de presupuesto para atender la situación, que podría declarar de emergencia. A propósito, una comisión del Sistema Único de Salud (SIS) visitó la frontera la semana pasada con la finalidad de evaluar el panorama y exigir la intervención del Gobierno federal.

“A mí no me gusta hablar mal de Venezuela, lo que es malo allá, allá se queda”, expresa Simón y calla durante un rato. “Lo malo de Venezuela son esos políticos de parte y parte y los bachaqueros”, expresa y pasa a otro tema.

“Aquí vivimos todos como una familia, el japai (una expresión coloquial que se traduce como amigo) de aquí nos ha tendido la mano (…). Y al que roba le va mal”, dice Simón.

Foto: Morelia Morillo
Foto: Morelia Morillo

Juntan dinero para comprar comida

Como una familia pobre, hacen “una vaca”, juntan dinero para comprar la comida, casi siempre en la venta al detal de la esquina siguiente o compran por separado. Conviven en paz y tratan de saltar sobre sus diferencias. Cuando uno sale, los que quedan en el lugar cuidan sus pertenencias, “lo malo, lo malo, es la situación que estamos viviendo, en la calle”.

A pesar de eso, Carlos, el de Guarenas, estado Miranda, se trajo a su esposa e hijo. “Porque yo me ponía a pensar: yo aquí comiendo bien y ellos allá sin comer”. Es uno de los dos hombres que ya se trajo mujer y descendencia desde su sitio de origen.

Bobby, llamado así por su cabellera afro que le otorga un parecido al rey del reggae, Bob Marley -que los brasileños llaman Bobby-, llegó desde Maturín por la misma razón, porque allá no hay nada, “pero ahora los chinos están comenzando a meter gandolas hasta allá”.

A Simón, quien en Yaracuy trabajaba como colector de unidades de transporte público, le falta un semestre y la pasantía para licenciarse como administrador, pero abandonó su pueblo empujado por la necesidad de su mamá, hermanos y sobrinos. Ahora, les deposita semana a semana en alguna de las agencias de Santa Elena, mientras que los de San Félix y Ciudad Bolívar, ciudades del venezolano estado Bolívar, fronterizo con Brasil, envían comida. Entre Pacaraima y San Félix hay cerca de 800 kilómetros.

En tres meses, comiendo arroz, pasta, carne, granos y pollo, Simón llegó a 62 kilos de pura fibra, fabricada a punta de comer y levantar y mover sacos de 10, 20 y hasta 30 kilogramos.

El jueves, el penúltimo de septiembre, se levantó temprano, recogió lo suyo, se vistió de limpio y se formó en la fila de venezolanos que a diario llegan a las dependencias de atención al extranjero de la Policía Federal Brasileña para sellar su ingreso. Otorgan 400 números diariamente.

Su propósito es llegar a Chile, “por el idioma y porque me han dicho que allá la educación es buena. Yo quiero seguir estudiando. Me hubiera gustado ser Presidente. Venezuela necesita de jóvenes con liderazgo, emprendedores, que tengan una buena visión porque, si te pones a ver, los dos sistemas son buenos (capitalismo y socialismo) y pueden convivir. El capitalismo en lo económico y el socialismo en lo social”.

Foto: Morelia Morillo
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FOTOS | Por comida y trabajo, 21 venezolanos sobreviven en una calle brasileña de la frontera