Una mujer warao descansa sobre una hamaca. Minerva Vitti

Noviembre 25, 2016.-Una ola de epidemias que incluye malaria, VIH y zika está poniendo en peligro la supervivencia de siete etnias de Venezuela

Uuwä necesita como mínimo 18 horas para pedir ayuda médica. No para recibir medicinas, ni para ser atendido por un médico de la zona. No, este indígena de 23 años primero debe caminar durante 12 horas hasta la comunidad más cercana, donde hay acceso al río, y luego navegar otras seis hasta llegar a un poblado donde funciona una radio que comunica con el hospital de Puerto Ayacucho, en el estado Amazonas, sur de Venezuela.

A partir de ese momento, la suerte sólo determinará si la ayuda llega o no. Todo dependerá si hay algún vuelo militar previsto, si el médico de guardia puede hacer el viaje, si las autoridades logran reunir las medicinas necesarias. En el caso de Uuwä, la suerte se ha esfumado. En lo que va de año, tres de sus familiares han muerto a la espera de un tratamiento para frenar la malaria.

Pero él no se da por vencido, la mitad de su comunidad sufre enfermedades que van desde el paludismo hasta el VIH. Así que la situación de emergencia no le da tregua, cada vez que alguien de su etnia se enferma, este indígena no duda en abrir camino para pedir ayuda.

La soledad de Uuwä no sólo ensombrece a la etnia a la que pertenece: los yanomami, un grupo relativamente aislado que según el Instituto Nacional de Estadística en Venezuela reúne a 9.569 indígenas (censo 2011), y que Survival Internacional cifra en aproximadamente 32.000 yanomamis entre el norte de Brasil y el sur de Venezuela. Sino también a otras seis etnias del sur venezolano, donde un informe de PROVEA revela que al menos otros cien mil padecen malaria.

El pasado enero, el Parlamento declaró una crisis humanitaria de salud ante la falta de medicinas y las malas condiciones de los hospitales a nivel nacional, una realidad que golpea más duramente a las zonas indígenas por su lejanía y población aislada.

Pedro Dacosta, líder de la etnia Kurripaco (guardianes del alto Orinoco con alrededor de tres mil integrantes) hace una radiografía de lo que se viven en estas comunidades, donde epidemias como el Zika están afectando a la mayoría de sus habitantes: “Tenemos un problema grave de salud. El ambulatorio no tiene medicinas ni insumos para atender a los pacientes, tiene más de cinco años en construcción, destruyeron el ambulatorio para construir un Centro de Atención Inmediata (CDI) hace como seis años y se puede decir que no funciona nada, la obra está incompleta y paralizada, los médicos no tienen ni alimentos, no llega combustible y la ambulancia fluvial está fuera de servicio al igual que la terrestre. En la mayoría de los ambulatorios ubicados en las comunidades solo hay personal de enfermería”.

El Gobierno venezolano aprobó en el 2001 el Plan de Salud Yanomami, que tiene como objetivo brindar atención sanitaria especializada a los indígenas de la Amazonía, con especial énfasis a los yanomamis, por ser la etnia más vulnerable. Este plan contaba con un presupuesto especial, asignación de médicos y formación de enfermeros indígenas y comunitarios en cada una de las zonas.

Pero en términos prácticos, este plan de salud no funciona. Así lo asegura Astrid Martínez, coordinadora de este programa en el Estado Amazonas. La razón radica en que desde el 2009 no cuentan con dinero para ejecutar las políticas de atención sanitaria.

Martínez cuenta que hasta el momento se han formado 36 enfermeros comunitarios. Pero que el plan está funcionando a media marcha con la solidaridad de diferentes sectores como ONGs, la iglesia y donaciones por parte de las Fuerzas Armadas, pese a que las epidemias acechan cada día a más indígenas.

“La población infantil sufre desnutrición, diarrea e infecciones respiratorias, en los adultos tenemos entre los casos más frecuentes malaria, oncocercosis e infecciones respiratorias. También sufren de muchas enfermedades en la piel. No manejamos estadísticas. La logística la organizamos entre varias instituciones, pidiendo colaboración por aquí y por allá. La comida, con la red de mercal (mercados gubernamentales), el transporte con la aviación de las Fuerzas Armadas o apoyo aéreo de la Guardia Nacional (fuerza militar)”.

La coordinadora del departamento de Salud Indígena del Estado Amazonas, Martha Yavinape, es directa al reconocer la realidad actual: “hace dos años que no visitamos los sectores ni las comunidades indígenas por las condiciones de los vehículos, por la falta de presupuestos, de personal”.

Cerramos 2014 con 240 muertos por malaria, neumonía, diarrea, hepatitis; en Padamo murieron en tres semanas 15 personas por tuberculosis

Shatewi Ahiwei, líder indígena

Ante la desidia, las organizaciones de indígenas locales como Horonami y Kuyunu han realizado protestas en las calles de Puerto Ayachucho, capítal del Estado de Amazonas, y además han entregado informes ante distintas instancias del Gobierno.

El líder Shatewi Ahiwei denuncia que desde febrero la situación es alarmante y que las comunidades están colapsadas ante tantas enfermedades. Ante la falta de estadísticas estadales, la red de organizaciones indígena llevan sus propias estadísticas: “El primer informe refleja que hubo 240 muertos a principios del 2015, cerrando el 2014 con 240 muertos por causas de malaria, neumonía, diarrea, hepatitis; en Padamo murieron en tres semanas 15 personas por casos de tuberculosis”. En lo que va de año, la Organización Horonami denuncia más de 70 muertos, mayormente niños y mujeres jóvenes.

La epidemia que amenaza

En el estado Delta Amacuro, justo al lado de Amazonas, la muerte tampoco ha dado tregua a los indígenas. Estos están azotados por una epidemia de VIH.

Isaac está enrollado en su hamaca y se mece lentamente. Tiene ojos tristes y está muy delgado. Uno de los doctores le pide a Isaac que abra la boca e introduce el Oraquick, una prueba rápida para determinar si la persona tiene el virus de VIH. Minutos después, un caso positivo. El doctor le da un comprobante para que vaya a hacerse la prueba de sangre en el hospital que funciona en la comunidad de San Francisco de Guayo. Isaac se levanta débil y con papel en mano comienza a caminar, es inevitable que su cuerpo se vaya de un lado. Hace solo unos meses tomaba ron con Florentino, otro hombre que murió con los mismos síntomas.

Isaac es hijo de Silvio Rico, el wisidatu (dueño del dolor), que funge como chamán o sacerdote étnico y sirve de mediador entre la gente y el jebu (espíritu malo). Silvio está encargado de mantener la salud de su pueblo. Solo que esta medicina no ha resultado para este mal. A Silvio se le han muerto dos hijos. El primero fue Melesio (35 años): “Pasó dos semanas en Tucupita pero como no había nada que hacer me lo traje a la casa. Vomitó sangre y se murió”. Tenía sida y tuberculosis. El segundo fue Silvano (24 años) que también “murió flaquito”. Y el tercero, fue Isaac, que murió en noviembre de 2015, a solo cuatro meses del diagnóstico positivo.

La realidad es que muchos más han fallecido desde aquel 2007 cuando la Cruz Roja detectó los primeros 15 casos de VIH en 10 comunidades ubicadas en el delta del Orinoco, Venezuela. Dos estudios realizados por investigadores del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y el Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela indican que la prevalencia de VIH en varias de estas comunidades supera la media mundial, ubicándose en 9.55 % para finales de 2011, y 7 % para julio de 2015.

Además los médicos estiman que los indígenas están enfrentando una cepa mucho más agresiva que hace que entren a la fase sida en menos de cinco años, esto explica por qué el porcentaje de la prevalencia disminuyó. Los warao están muriendo.

La situación empeora ya que este pueblo indígena no tiene acceso al tratamiento antirretroviral. “Yo tengo siete años aquí, he escuchado que tienen VIH y no he visto que han recibido tratamiento. Cada año mueren cuatro o cinco”, dice Luis Tocoyo, profesor en una escuela de Jobure, otra comunidad con alta prevalencia en casos con VIH.

El Programa de ITS/VIH funciona en Tucupita, capital del estado Delta Amacuro, que se encuentra a mínimo ocho horas de navegación de las comunidades indígenas afectadas por la epidemia de VIH. Pero no hay embarcaciones para distribuir el tratamiento: “Realmente nosotros le prestamos atención al que viene porque ni siquiera contamos con vehículo para ir al hospital. Entonces realmente no se está haciendo el trabajo que se debe hacer”, denuncia la doctora Mar Medina, coordinadora de este programa.

“Nuestras limitaciones de acceso a las zonas indígenas siempre son dificultades logísticas: movilización de recursos, médicos, medicamentos, pacientes. En este momento con el costo de los lubricantes y los repuestos se nos ha incrementado el problema”, se une al coro de penurias Yajaira Segovia, jefe de atención médica y coordinadora de la red hospitalaria de la Dirección Regional de Salud.

Las warao embarazadas con VIH tampoco están recibiendo tratamiento. En ellas el riesgo se incrementa debido a su desconocimiento de la enfermedad, y a la falta de un control prenatal que permita proporcionar los medicamentos específicos de acuerdo al tiempo de gestación, y posteriormente practicar cesárea para reducir las probabilidades de contagio del niño.

“Aquí ni siquiera donan medicinas pero si vienen a buscar su voto y los indios que se mueran. Ni siquiera tenemos luz para conservar nuestra comida. La gobernadora prometió dar una ambulancia fluvial y un transporte para la comunidad y aún no ha llegado nada (…) Si a nuestros mismos líderes indígenas no les duelen nuestros hermanos, que van a sentir los demás hacia nosotros”, dice indignada una profesora de San Francisco de Guayo.

La minería que mata

Otra de las grandes amenazas para la salud de los indígenas venezolanos es la llegada de la minería ilegal al sur del país. Los buscadores ilegales de oro explotan las zonas contaminando los ríos con altas dosis de mercurio, lo que está ocasionando que etnias como la yekuana, yanomami y otras cuatro grupos minoritarios estén padeciendo enfermedades respiratorias, desnutrición y alergias severas en la piel.

El informe Evaluación del riesgo de exposición al mercurio metálico en Poblaciones ribereñas del Río Caura (Estado Bolívar, Venezuela) mostró que el 92% de las mujeres en la etnia Yekuana padecían altos niveles de mercurio, incluso en comunidades hasta 200 kilómetros más lejanos de los espacios contaminados por los mineros.

“Los niños mueren cada mes, ellos nacen ya malos, porque las madres toman agua del río, comen peces del río contaminado. Pero nosotros sólo tenemos el río para sobrevivir, así ha sido siempre. Aquí no llega la comida, así que ni mucho menos llegarán los médicos o las medicinas. En Venezuela, los indígenas estamos solos” explica Leo, un indígena pemón del estado Bolívar, quien perdió a su hijo de dos meses por problemas en los pulmones, a comienzos del pasado mayo.

Survival Internacional junto a organizaciones locales ha dirigido una carta al Relator Especial de la ONU para denunciar esta situación crítica. La organización internacional recalcó el fracaso de los gobiernos de América del Sur a la hora de combatir este tipo de problemas que amenazan seriamente la continuidad de las etnias indígenas.

http://elpais.com/elpais/2016/11/04/planeta_futuro/1478265086_495086.html?id_externo_rsoc=TW_CC