Mayo 01, 2017.-Caminan entre aplausos y bendiciones: “Sí se puede, sí se puede”, “valientes, valientes”, gritan los ciudadanos mientras les abren paso. Son muchachos entre 20 y 25 años de edad. Tienen nombres y apellidos, pero los reconocen como “la resistencia”. Se les ve en la primera línea de las manifestaciones, flacos y sin camisa, con la franela convertida en capucha y guantes para recoger las lacrimógenas y devolverlas. Tienen el arrojo del que pareciera no tener nada más que perder.

La verdad es que solo somos venezolanos que nos duele nuestro país y que queremos un cambio. Marchamos como cualquier otra persona, hasta que comienza la represión”. Están integrados en varios grupos. Algunos se conocen desde las protestas de 2014, que fueron menos masivas, más llenas de barricadas y trancas sin objetivos claros. Otros son amigos desde antes y hay quienes se han unido recientemente a este movimiento. Los que han ganado músculo en las manifestaciones de estos cuatro años de conflictividad en aumento, a lo largo del gobierno de Nicolás Maduro, establecen diferencias. Dicen que antes existía algún tipo de negociación con la policía. “Ahora no nos dejan acercarnos. Apenas nos ven, disparan”.

Su rol, aseguran, es proteger a los manifestantes para que se mantengan en la calle y evitar que la policía avance y gane terreno. También sacan y asisten a los que resultan heridos. Como grupo intentan mantenerse juntos y en alerta cuando cruzan la línea de fuego. Estudian diferentes vías de escape, la dirección del viento para saber hacia dónde van a lanzar las bombas cuando las recojan y vigilan para evitar emboscadas.

También llevan un kit de protesta –máscara, agua, guantes, lentes, Maalox y en algunos casos, cascos. Se enfrentan a los guardias antimotines, escudados en lo que la calle les ofrece, alguna defensa de la vía, una señal de tránsito, un bloque de acera. “Cuando escuchamos las primeras detonaciones, nos ponemos nuestros equipos. Mientras que las personas se devuelven asustadas, nosotros seguimos adelante”, dice a El Nacional. 

La comunicación es a través de señas: “Cuando alzamos la mano significa ‘estamos aquí’. Si no vemos la seña, recurrimos al teléfono. Pero siempre establecemos un punto de encuentro”. Además de lesiones por perdigones o bombas, algunos llegan a sus casas con tos, diarrea y dolor de cabeza por la inhalación del gas. También reciben atenciones de parte de los manifestantes. Desde agua hasta platos de comida y las abuelas, que muchas se han visto en la primera línea con los jóvenes, son las más expresivas: los encomiendan a Dios y les cuelgan rosarios.

“Valoramos que estén ahí tantas horas bajo el sol, tan vulnerables a la represión. Ellas también son valientes”. En la marcha del 20 de abril, unas señoras llevaron una olla de arroz y le dieron de comer a todos los que estaban adelante y otra les repartió chupetas. Los amigos, familiares y sus parejas también permanecen atentos, aunque reconocen que la mayoría de sus familiares no están conscientes de que ellos son el grupo de la resistencia. Cada día aparecen nuevos personajes que sorprenden con sus acciones en medio de la línea de fuego al estar cara a cara con las fuerzas de seguridad del Estado o al llevar un mensaje durante la marcha. La resistencia en la calle empieza a tomar forma.

“Son hechos que están cargados de un profundo contenido simbólico. Este elemento es radicalmente importante cuando de enfrentar a una autocracia se trata. Los símbolos sintetizan, conectan, expresan ideas y sentimientos; no requieren explicaciones, de ahí su enorme poder motivador”, explica el doctor en Ciencias Políticas y especialista en conflicto, Miguel Ángel Martínez. Estas escenas, agrega, “ayudan a mantener viva la llama de lucha y esperanza al expresar valores, coraje, dignidad”.

Abril termina con una intensa jornada de protestas masivas –alcanza más de 12 grandes convocatorias– que comenzaron tras la publicación de las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de Justicia que otorga al presidente Nicolás Maduro poderes especiales y despojan al Parlamento de sus funciones, lo que la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, calificó como una “ruptura del orden democrático”.

“Apenas nos ven, disparan”: El impactante testimonio de un joven que responde a represión