Junio 05, 2017.- Directo al cuerpo. Las denuncias de que la Guardia Nacional Bolivariana usa armas no letales para atacar a los manifestantes a quemarropa crecen. Primero fueron perdigones, luego bombas lacrimógenas y ahora es un chorro de agua a presión. El incumplimiento de los reglamentos nacionales e internacionales de control de orden público le costaron un riñón y la vesícula a Manuel Melo Beroes.

El primer chorro a presión lo empujó hacia el pavimento. El escudo de madera y el bolso que llevaba saltaron por el aire y no los volvió a ver. El dolor y los gritos de auxilio crecieron conforme se hacía consciente del golpe que había recibido.

El segundo impacto lo sentenció y le destrozó un riñón y la vesícula.

No tenía ni idea del destino de la marcha que intentaba proteger, pero el día en el que Manuel Melo Beroes perdió el órgano, el 22 de mayo, la oposición venezolana protestaba contra la escasez de medicamentos.

La crisis humanitaria, ahora, le da la tercera estocada.

Manuel es un joven de 20 años que tiene una esposa y una hija de 1 año, con las que no puede vivir pues no tiene las posibilidades económicas. Su nevera está vacía y en su casa su mamá, su hermano menor y su padrastro reducen la cantidad de comidas que consumen al día para rendir el dinero. Por eso salió a protestar desde abril.

Vive en el corazón de Quinta Crespo, zona tradicionalmente chavista, ubicada en el oeste de Caracas. “He participado en la resistencia en El Paraíso, Capuchinos, San Martín. Salgo solo siempre”, cuenta a El Estímulo.

Las protestas en el este de la ciudad se le hacían lejanas y el regreso lo angustiaba pues podían verlo sucio y asociarlo con la oposición.

“Una semana antes fue que decidí ir a una marcha en Altamira. Unas personas nos dieron guantes para que no nos quemáramos con las bombas lacrimógenos, un casco y unos escudos. Como vi que nos ayudaban con cosas que podían ser útiles decidí seguir yendo y ayudar a la resistencia de esa zona”, dice el estudiante de Diseño Gráfico del Instituto Universitario de Tecnología Industrial (Iutirla).

El 22 de mayo, la marcha por la salud partió al mediodía desde Parque Miranda y tenía por destino el Ministerio de Salud, pero al llegar a Chacaíto un piquete de la Guardia Nacional Bolivariana les impidió el paso en la avenida Francisco de Miranda. Los manifestantes optaron, como la mayoría de las veces en los 65 días de protestas, por tomar la autopista Francisco Fajardo, donde los esperaba otro contingente de los organismos de seguridad del Estado.

“Los médicos decidieron hablar con los guardias. Yo no estaba ahí porque no me interesaba hablar con la GNB. Una vez que los médicos regresaron, desde la tanqueta nos leían un artículo de la ley que decía que no podíamos obstruir la autopista”.

Seis tanquetas avanzando y bombas lacrimógenas por doquier no bastaron para replegar la manifestación. La GNB activó la ballena.

“Dos chamos estaban prendiendo una molotov (bomba hecha con una botella y gasolina). Pidieron un escudero y yo me puse delante de ellos para protegerlos. Cuando lanzan la bomba corremos y es cuando el agua me pega la primera vez en el costado izquierdo”, recuerda.

Manuel sintió que el golpe le había sacado todo el aire del cuerpo. Cuando pedía que alguien lo ayudara a levantarse sintió otro impacto que lo arrastró por el piso.

“No podía expandir el tórax. Me gritaban que venía la ballena, que iba a darme otra vez. Trato de correr, pero no puedo y es cuando me alzan y me montan en una moto. Cada vez que caía en un hueco me dolía”.

La misma ballena que lo revolcó a él, tumbó a un médico que segundos antes había abrazado a un funcionario de la GNB en son de paz.

El muchacho fue trasladado a Salud Chacao, un centro asistencial municipal. Casi no podía caminar ni respirar. El dolor no le permitía siquiera enderezar la espalda.

El diagnóstico inicial fue una fractura de costillas, por lo que lo trasladaron al hospital Domingo Luciani. Cinco horas después, en las que estuvo totalmente solo, Manuel fue ingresado al quirófano para drenar la sangre que había llenado su abdomen.

En el pabellón, los médicos descubrieron que el riñón y la vesícula estaban completamente destrozados. El colon y el páncreas también se vieron comprometidos por el impacto.

“Cuando me dijeron que me los habían quitado no sabía qué pensar ni qué hacer. No había llevado el teléfono a la marcha. Otros pacientes en el hospital llamaban a mi mamá, pero salía apagado”.

Su madre, Milagro Beroes, había ido a La Vega a comprar pan. Como no había harina en las panaderías de la zona, decidió ir hacia El Paraíso. “Había mucha cola. Estuve desde las 2 hasta las 6 de tarde. Me había quedado sin batería en el celular”, dice.

La mujer le había dejado una nota a su hijo. Cuando llegó y vio que el papel seguía en el mismo lugar supo que algo malo ocurría. Manuel estuvo cuatro días hospitalizado.

Una vida diferente

 

El joven vive en el piso cinco de un edificio en Quinta Crespo. Algunas noches escucha a lo lejos los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes que cada vez más seguido protestas en zonas cercanas. Todavía tiene ganas de “salir a guerrear”.

Sin embargo, ahora a Manuel se le hace difícil incluso estar sentado.

En su cuarto tiene una cama y un corral para cuando su hija lo visita. Mirar a las estrellas que pintó él mismo en sus paredes no le garantiza aislarse de la crisis que lo llevó a las calles: “No me he tomado ni la primera pastilla. Solo me limpio la herida con Povidine y una gasa y ruego que no se me infecte”.

Un informe del Domingo Luciani recoge los medicamentos que le recetaron y que no se encuentran en las farmacias: los antibióticos ciprofloxacina y sultamicilina, ketoprofeno para el dolor y el protector gástrico omeprazol.

También le recomendaron tener una dieta baja en proteínas y rica en carbohidratos. Con suerte, tiene comida dos veces al día. “Ahorita son las 12:00 pm y no voy a comer”.

Aunque la señora Milagros forma parte del consejo comunal de la zona, la familia no recibe la caja del Clap sino una vez cada mes y medio. “Soy neutra”, dice su madre respecto a su tendencia política. Se unió a la asociación vecinal para intentar poner comida en su mesa.

“Yo lucho por las medicinas, por la comida, por la seguridad. El gobierno ha puesto a Venezuela por el piso. Muchos dicen que salí, di todo y ahora nadie viene a visitarme, ningún dirigente político estuvo pendiente de mí. Pero esto que me pasó puede pasarme en cualquier parte, en un autobús, saliendo de mi casa, y no luchando por Venezuela que es lo que hay que hacer en este momento”, asevera Manuel.

La familia denunció el caso ante la Fiscalía “porque hubo maldad”.

Una semana después del ataque que sufrió, el muchacho tuvo su primer control médico en el Domingo Luciani. “Pasé por Altamira y me bajé en la plaza. Les dije a los que estaban ahí que tuvieran cuidado con la ballena. Les mostré la foto que me tomó mi mamá en el hospital con el tubo, la sonda y el suero”.

Su vida cambió. “El paciente puede vivir perfectamente toda con un solo riñón, pero tendrá que tener un control periódico y estará en minusvalía con respecto al resto de la población por tener un solo riñón. Si llegara a enfermarse el órgano, podría caer insuficiencia renal y necesitar diálisis”, explica el nefrólogo Leoncio Serrano.

Ahora, una cicatriz de 15 centímetros le recuerda a Manuel su sacrificio: “Ya le di lo que tenía que darle al país, mi riñón y mi vesícula. Volvería a ir a una marcha, pero no a la resistencia”.

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