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Agosto 28, 2017.- Hace un año aproximadamente escribimos las reflexiones subsiguientes y en esta oportunidad dramática por la cual atraviesan nuestro país y la sociedad venezolana en general, se hace de imperiosa necesidad reproducirlas ante las amenazas que se ciernen sobre el ejercicio de las libertades de pensamiento, expresión e información, desde las maquinaciones del nuevo tribunal de inquisición política que ha sido instaurado por caminos espurios para reprimir todo aquello que a los fundamentalistas que lo componen les sugiera o se les antoje como “odio”.

En ese sentido, los venezolanos están siendo cercados y agredidos por quienes haciendo gala de un flagrante abuso del poder, se asumen como los arbitrarios orientadores sobre lo que los ciudadanos deben escuchar, leer, ver, pensar, cantar, declamar y hablar. Para ello apelan a detestables argumentos leguleyos cuyo fin es generar un clima de terror e convertir en política de estado la censura y la autocensura. Así de simple. Estamos en presencia de la más bastarda, grotesca y obscena manifestación de la voluntad de silenciar a una sociedad mediante la configuración de un sistema penalizador que convierte la opinión e información en delito. Se trata de un espantoso retroceso en el tiempo.

El tema de la censura a la libre expresión del pensamiento no es nada nuevo porque es el reflejo de la intolerancia ejercida por quienes tienen en sus manos el poder. Es históricamente célebre el discurso que difundió el poeta y pensador John Milton en Inglaterra el año 1644 exigiendo el respeto a la libertad de conciencia, tal como también lo hiciera el filósofo John Locke en su momento. Años después, en Francia, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano reafirmó el derecho que todo ser humano tiene de informar y ser informado, cuestión corroborada en el siglo XX por la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Organización de las Naciones Unidas.

El tema continúa sobre la mesa de discusión en el presente siglo y en tal sentido cabe hacer mención de una interesante obra del escritor sudafricano John Maxwell Coetzee intitulada Contra la censura, la cual consiste en una interesante serie de ensayos sobre lo que este intelectual denomina como “la pasión por silenciar”. En líneas generales Coetzee plantea que “la censura es un fenómeno que pertenece a la vida pública, y el estudio de la misma se extiende a varias disciplinas, entre ellas el derecho, la estética, la filosofía moral y la política (en el sentido filosófico, pero más a menudo en el sentido más limitado y pragmático del término)”. Sobre la temática que desarrolla en sus ensayos dice: “Los ensayos aquí recogidos constituyen una tentativa para comprender una pasión con la cual no tengo ninguna afinidad intuitiva, la pasión que se expresa en actos de silenciamiento y censura”.

Al preguntarse sobre el fenómeno de la censura este intelectual que padeció de los embates y efectos de la misma dentro del marco del “apartheid” en su natal Sudáfrica, define de esta manera el mismo, más allá de la contextualidad que le afectó en su tiempo: “En la práctica, los censores que controlan los límites de la política y la estética son los mismos”.

El denominador común se centra en “lo indeseable”, es decir, lo que molesta al poder. A tales efectos Coetzee sostiene: “Indeseable es una palabra curiosa. En el sentido de ‘indigno de ser deseado’, no coincide con la mayoría de los adjetivos que empiezan por ‘in’ y acaban por ‘ble’. Inexplicable significa que ‘no se puede explicar’, pero desde luego ‘indeseable’ no significa que ‘no se puede desear’. Al contrario, lo que el censor trata de refrenar es precisamente el entusiasmo por los libros, las imágenes o las ideas sometidas es escrutinio. En su vocabulario, ‘indeseable’ significa que ‘no se debería desear’ o incluso que ‘no está permitido desear’. La censura no es una ocupación que atraiga mentes inteligentes y sutiles. Se puede burlar a los censores, y a menudo así ha sucedido”.

En el caso de la censura ejercida en nombre del socialismo marxista leninista la historia reciente habla de casos al estilo del escritor ruso Alexander Solzhenitsin, quien finalmente fue expulsado de la hoy fenecida Unión Soviética en 1974. Respecto a ese caso, Coetzee destaca el carácter polémico de ese escritor que se enfrentó como ciudadano al omnipotente estado comunista soviético con un discurso tan bien argumentado que derrotó las falacias de la censura oficial y sus operadores. Así, para el autor de la obra que nos ocupa “el gesto punitivo de censurar tiene su origen en la reacción de ofenderse. La fortaleza de estar ofendido, como estado mental, radica en no dudar de sí mismo, su debilidad radica en no poder permitirse dudar de sí mismo. Aplico a la seguridad en sí mismo del estado de ofensa una crítica erasmista cuya fortaleza y cuya debilidad  radican en que es un crítica insegura, no vacilante, pero que tampoco es segura de sí misma”.

Finalmente, entre otros aspectos, Coetzee aborda en sus ensayos la situación de la censura estatal bajo el título Cuando se ofende los poderosos: “La censura estatal ofrece una pista. La censura estatal se presenta en sí misma como un baluarte entre la sociedad y las fuerzas de la subversión. Los temores de los poderosos no se atreven a pronunciar su propio nombre”. Por eso aplican normas y procedimientos que revelan su grotesco rostro con el fin de silenciar la verdad que hiere.

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